aprender y enseñar a vivir

LA FILOSOFÍA Y EL FILOSOFAR

El tercer jueves del mes de noviembre celebramos el día internacional de la filosofía. La Conferencia General de la UNESCO estableció oficialmente ese día desde el año 2005. Un acierto indudable, pues al tratarse del día jueves de la tercera semana de noviembre, no coincide ni puede asociarse directamente al aniversario de un autor o una corriente de pensamiento filosófico.

Desde entonces, en Cuba, la Sociedad Cubana de Investigaciones Filosóficas, en colaboración con la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana realiza una sesión científica conmemorativa, y el Aula Magna acoge a estudiantes, filósofos, maestros y otras personas interesadas en vivir la filosofía y el filosofar. Este año no ha sido posible realizar el convite, debido a la pandemia COVID-19. Vendrán tiempos mejores, y no faltará ocasión para escuchar reflexiones filosóficas en ese lugar espléndido. Mientras tanto, sirvan estas líneas para pensar la filosofía de frente a nuestros retos como parte de la sociedad mundial en acelerado cambio.

Que exista un día internacional de la filosofía es coherente con el mandato de la UNESCO en favor de la cultura. Existen muchas celebraciones de este tipo, y todas se proponen sensibilizar al público y llamar la atención de los gobiernos y los medios de comunicación acerca de los problemas sin resolver que necesitan de medidas políticas concretas. En el caso de la filosofía se reconoce que “proporciona las bases conceptuales de los principios y valores de los que depende la paz mundial: la democracia, los derechos humanos, la justicia y la igualdad”, así como su aporte a la consolidación de “los auténticos fundamentos de la coexistencia pacífica y la tolerancia.”

Los filósofos, por nuestra parte, entendemos que la celebración del día internacional es oportunidad para contribuir a que este saber se aprecie, se comprenda, y se proteja. También que se libere de prejuicios en boga, que limitan no solo a la filosofía, sino sobre todo a los seres humanos a reconocerse en el resto, a imaginar la humanidad y el futuro como un devenir colectivo. Ese devenir no tiene ni rumbo fijo predeterminado, ni futuro luminoso garantizado; pero a la vez, no puede ser pautado de antemano, ni está carente de rumbos y direcciones posibles. La actividad humana importa y contribuye a la realización de los futuros. La filosofía los concibe, los piensa, los critica desde sus fundamentos y su presente, para aportar así a que puedan realizarse.

Para nosotros, los filósofos, al celebrar convocamos sobre todo a proteger el ejercicio de pensar la libertad, la posible y la imposible. La filosofía necesita ser reconocida, comprendida, protegida y promovida en un mundo que se mueve vertiginosamente y cambia, tomado de la mano por los imperativos de la banalidad, el lucro, el eficientismo y el consumo: un mundo que se mueve en dirección opuesta a la libertad.

El pecado de ser filósofos y vivir en la filosofía

En el pasado reciente declararse filósofo era muy mal visto. Creo que todavía lo es. Esto se debe en parte a la ignorancia, en parte al deseo de invisibilizar lo incómodo.

En lo individual el filósofo puede ser mal visto por la desconfianza que despierta la petulancia real o supuesta: ¿se dice filósofo?, ¿se cree filósofo?, ¿se cree conciencia crítica de la sociedad?… En lo colectivo, no faltan hasta universidades donde no se abren facultades de filosofía… para evitar estudiantes revoltosos.

Por obra y gracia de la mediocridad, la ignorancia, y el intento de invisibilizar la diferencia, se cierran las puertas a la filosofía y los filósofos.

Algunos adoptan la postura mediocre de renunciar al nombre, para evitar el estigma de las etiquetas. Se ignora que la filosofía no es un saber neutral, ni que se mueva por los cielos de la vacuidad, pues implica compromisos de todo tipo. Entre estos, el primero, con un modo específico de situarse ante el mundo, la realidad, las circunstancias de la vida social.

Se invisibiliza, la diferencia entre saberes, pero también la diferencia en sí misma, la imposibilidad del mundo y la sociedad perfectos, y la urgencia humana de una crítica sin compromisos a todo cuanto existe.

Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo
C. Marx

La crítica, -no cualquier crítica, sino esa que viene de Marx y no tiene compromisos con cuanto existe-, es muy mal vista en la sociedad contemporánea y tiene mala prensa. Esa crítica es inherente y medular a la filosofía, y frente a ella sucumben los dogmatismos, las ideologías, los Estados, los gobernantes, los funcionarios, las autoridades de todo tipo, el presente y los proyectos de futuro.

No es extraño que una dama con los atributos y compromisos mencionados sea mal mirada en los contextos donde predomina un ideal concreto, un proyecto específico, siempre práctico, intencionado, encaminado, y supuestamente en conocimiento pleno de sus vías y posibilidades de éxito.

No importa el signo ideológico o político, allí donde predomina la certeza en verdades indubitables, la filosofía se relega, se seca y se estigmatizan sus vertientes más críticas. Así, la filosofía llega a ser vista como un estorbo en el camino, se la retira de los planes de estudio o se reduce el espacio de su enseñanza, o se instrumentaliza, como cuando en la mala prensa algo que incomoda o se estima poco importante se relega sin titulares, a una página cualquiera de la edición dominical.

La filosofía y el filósofo incomodan con su presencia, sus críticas y sobre todo sus preguntas al vivir la filosofía.

La postura de falsa modestia del filósofo que oculta su identidad es casi natural en contextos así. Una especie de concesión para sobrevivir, una máscara de urgencia para evitar situaciones incómodas de todo tipo, las personales en primer plano.

No es casual que la interpretación que banaliza la filosofía caracterizándola como una actividad esotérica, de iniciados en un saber oculto, poco práctico y hasta nocivo por desviar de las acciones prácticas a emprender, sean parte de los prejuicios contemporáneos. Ya estuvieron presentes en la antigüedad en la condena a Sócrates y la acusación de pervertir a la juventud. El prejuicio tiene muchas fuentes y ha provocado no pocas paradojas.

Pretender contar con el monopolio de la cientificidad no es científico.
Edgar Morin

Hubo una época en que notables pensadores la emprendieron contra la filosofía “especulativa” frente al saber “positivo”. Paradójicamente, terminaron reconociendo que su crítica no era en sí misma un saber positivo sino otra filosofía. Lo mismo ocurrió con la verdad, cuando se intentó que fuera el privilegio solo de las ciencias, y el más puro racionalismo crítico se vio forzado a reconocer que el problema de la verdad así planteado, no era un problema científico, sino un problema filosófico (metafísico en el lenguaje técnico). Son ideas que renacen en medio de discusiones actuales, aunque nos remiten por necesidad al pasado: la filosofía ya las ha vivido.

Claro está, se puede ser maestro de filosofía sin ser filósofo, pero se corre en esos casos el riesgo del célibe que da consejos matrimoniales: faltará la experiencia de la práctica vivida.

La filosofía necesita vivirse

Vivir la filosofía encierra dos significados. De una parte, se trata de una actividad teórica, un modo de pensamiento teórico que construye mundos con base en una lógica reconocible y rastreable, que puede someterse a escrutinio y crítica. A la vez, no se desliga del mundo, al que permanece atada por transiciones de lenguaje, creación y adecuación de símbolos. Por todo esto implica lecturas, dedicación, refinamiento, proyección de futuros, profesionalización. De otra parte, es un vuelo de la imaginación humana desde el lenguaje en general, desde las necesidades más profundas del ser humano dotado de conciencia, que se ve enfrentado al mundo al que pertenece y que todavía no comprende, pero intenta comprender. Es una actividad intelectual que nace de lo profundo del pensamiento simbólico que nos hace humanos, capaces de encontrar en el otro al mundo y a sí mismos. Se construye y expresa racionalmente, pero está lejos de ser un ejercicio exclusivamente racional.

Es a la vez, un modo de reflexión teórica de profesionales, y una actividad viva del intelecto humano. Entre ellas no hay primera ni segunda, sino dimensiones a veces paralelas, otras convergentes otras divergentes de la realidad intangible que abarca el filosofar. Y por eso, la filosofía está en absoluto e inmediato contacto con la vida. Se puede intentar entenderla, también comprenderla como si fuera un ente humano, pero si se la vive, se puede llegan más rápido y mejor al entendimiento y la comprensión de qué valores encierran los conocimientos, las verdades, las moralidades, la belleza, y todo el universo de lo humano. Esos son los asuntos de la filosofía, que despiertan el amor de los filósofos, los profesionales y los otros, la mayoría, los seres humanos.

Es preciso, por tanto, demostrar, antes que nada, que todos los hombres son «filósofos», y definir los límites y los caracteres de esta «filosofía espontánea», propia de «todo el mundo»
A. Gramsci

Podemos dar la espalda a esa realidad y suponer que la filosofía es ajena al mundo práctico. Así lo hacen quienes, impulsados por la necesidad del éxito inmediato, el resultado urgente, el nuevo conocimiento o el nuevo invento, la suponen un obstáculo y la sacan del camino con la patada del silencio y la omisión. Si están abordando tareas, es decir, el marco de solución general es conocido, efectivamente, no necesitarán de la filosofía, porque ya ha sido incorporada por quienes solucionaron el problema general. Pero si están abordando problemas, es decir, el marco de solución general hay que construirlo, la omisión de la filosofía, el hacer como si no existiera, es un grave error. Quienes así proceden la encontrarán esperándoles al final del camino, con sus preguntas convertidas ahora en dilemas, conflictos y callejones sin salida.

Podemos, por el contrario, intentar el diálogo difícil y en apariencia poco productivo con la filosofía, la profesional y la práctica, que son una y la misma en el filosofar: el planteamiento de asuntos como problemas en un plano formal que permita deslindar futuros a partir del presente. Al hacerlo, anticipamos el futuro y nos abrimos a las posibilidades.

Decía Sartre que la filosofía no es. Pero lo decía no como negación de su existencia, sino de la existencia cerrada, que convierte en ente al intangible y reduce la diversidad a los estándares. La filosofía es, en su riqueza y diversidad. Es esa octava maravilla, intangible, que nos legó el mundo antiguo desde China, India y Grecia. No es un freno al avance en lo inmediato, sino una garantía más en el conjunto, para abrir caminos a los futuros deseados y posibles.

En un mundo gobernado por avances incuestionables de la ciencia y la tecnología, ¿basta con la ciencia y la técnica?, ¿no necesitamos de la filosofía?, o ¿necesitamos más de la filosofía?

En apariencia, los problemas que tenemos ante nosotros se solucionan con más ciencia y más tecnología. Es una gigantesca ilusión del presente, que oculta dos cuestiones fundamentales:

La primera consiste en que la inmensa mayoría de los problemas que enfrentamos son problemas sociales humanos.

Allí donde en apariencia el problema es técnico, ya sea que falte un medicamento para vencer un nuevo virus, o un alimento que no se produce, basta arañar la superficie del supuesto problema exclusivamente técnico, para encontrarnos que tenemos delante problemas profundamente humanos.

La segunda consiste en que la ciencia y la tecnología son en sí mismas en la actualidad fuente de problemas sociales y humanos que tienen carácter fundamental por el impacto que tienen en el devenir humano.

Desde la tercera revolución industrial, el conocimiento no manejable que aportan, requiere nuevos aprendizajes sociales, con ciencia y con tecnología, pero no solo con ellas, también con filosofía y todas las humanidades. De lo contrario, cerramos a los seres humanos los futuros posibles y mejores, que vinculen la practicidad, la responsabilidad, la belleza, la bondad y a apertura de horizontes.

Necesitamos hoy de la filosofía para, con el resto de los saberes humanos, hacer frente a la vida y comprender la vida y sus derroteros inciertos por abiertos e impredecibles.

Cuando suponemos que solo tenemos ante nosotros urgencias y problemas de presente que se solucionan con conocimientos prácticos, de ser posible recetas que trasladen el éxito de otros lares a los nuestros, conocimientos positivos como se decía en el pasado, verdades, ciencia, tecnología, porque “lo demás vendrá después”, nos privamos del futuro donde esté presente “lo demás”.

Sin dudas necesitamos los conocimientos positivos, y también, con ellos, filosofía, capacidad de comprender un poco más allá del presente los futuros posibles, el reino de la libertad pensada y apenas realizable. Por esos derroteros está el lugar de la filosofía, y por eso no es extraño que nos olvidemos de ella, la coloquemos en la lista de espera para un momento oportuno, que llegará, como antes he dicho, en forma de problemas, conflictos y callejones sin salida.

Las lógicas de la filosofía

Una razón de más para pensar la filosofía hoy es lo peculiar de sus lógicas. Esta compañera del universo simbólico humano es a la vez un saber antiguo y contemporáneo que se nutre del pasado y el presente, que se reconoce toda en su historia, no envejece y no desecha nada. Esto se logra gracias a su modo de problematizar.

La filosofía es simultáneamente pasado y presente, saber antiguo y contemporáneo. A diferencia de otras formas de construcción de conocimientos, en la filosofía nada sobra ni nada envejece. Ninguna concepción pertenece exclusivamente al pasado aunque su origen se remonte a la antigüedad. Ninguna postura, por extrema o extraña puede ser retirada del árbol genealógico de la filosofía. No es posible con respecto a ella delimitar los conocimientos como si solo se tratase de verdades o errores. Cada clasificación de ese tipo, razonable dentro de una lógica particular, se desmorona con solo pensar en la totalidad del pensamiento filosófico. Así, en su historia, no se desecha nada, porque nada sobra. ¿Por qué? Porque el filosofar consiste en transformar en pregunta abierta al universo humano un problema particular y buscarle respuestas. Las respuestas variarán de una época a otra, de una corriente a otra, de un autor a otro, pero las preguntas marcan la línea de continuidad y acumulación del pensamiento filosófico. En este sentido, la riqueza y diversidad del pensamiento filosófico es al ecosistema de las ideas humanas lo que la diversidad biológica a un ecosistema biológico. La necesitamos para seguir siendo humanos y conservar el sistema a que pertenecemos.

El mundo de hoy necesita de la filosofía, en primer lugar de su presencia en las escuelas. Devolver la filosofía a las escuelas para ubicarla en el currículo como enseñanza sería un gigantesco paso adelante. No me refiero a la enseñanza de una corriente de pensamiento filosófico, instrumental o no a objetivos ideológicos y políticos, ni tampoco a la enseñanza repetitiva de la historia del pensamiento filosófico como un ejercicio de cultura general. Me refiero a la vuelta de la enseñanza de la filosofía en su espíritu, en su método, el filosofar, su modo de problematizar y argumentar, tal como se hace, por ejemplo, cuando se sigue la lógica de un problema en la historia, o en el presente de los intereses de quienes estudian. Un buen ejemplo está en las experiencias de filosofía para niños

Según Hegel, la filosofía como el búho de Minerva emprende su vuelo hacia el crepúsculo, según Marx, de lo que se trata es de transformar el mundo. No son opiniones contrarias de diletantes embriagados. El mundo encierra las dos posibilidades y el filosofar nos enseña a deslindar caminos en una y otra dirección. Cuando nos privamos de la filosofía, nos privamos de los futuros.

Felicidades a mis colegas filósofos

6 comentarios en “LA FILOSOFÍA Y EL FILOSOFAR”

  1. Omar Guzmán Miranda

    Muy pertinente este razonamiento sobre quienes miran con desdén a la filosofía. La pregunta que cabe hacer, a raíz de esta loable presentación, es: ¿A quién no le ha nacido una fuerza interna, que luego externaliza de alguna manera, para alcanzar la totalidad de la realidad o de cualquier cosa desde pocos supuestos empíricos para luego volcarla sobre las partes constituyentes de esas realidades, y desde ahí volver a emprender vuelo hacia esas explicaciones muy suyas -a su modo de ver, pero talentosas y hasta geniales en algunos casos-, que fundamentan su noción de las relaciones en la vida y en la naturaleza y entre estas? Es cierto que lo suelen hacer desde su espontaneidad teórica, surgida de sus experiencias vividas, cotidianas o científicas, pero que le dan una apoyatura increíble a sus razonamientos llenos de lógica, de su lógica, pero que desencajarían al cualquier mal formado en la materia que sea. Esa inmanencia filosófica de cada cual, es lo que hace más difícil la filosofía como ciencia, porque ella debe competir no sólo con profesionales de la filosofía, sino de otras ciencias que desde ella hacen también filosofía, y de cualquier ser humano que ya, desde el momento en que nace su uso de la razón, empieza a preguntarse el por qué de las cosas y construye su cosmovisión. Es difícil ser filosofo, pero por eso un gran reto, y una misión muy grata. Felicidades.

    1. Efectivamente Omar, la filosofía responde a esa voz interior a la que responden también las mitologías, las religiones y la búsqueda científica. Solo que la filosofía lo hace desde otra perspectiva que no privilegia el pensamiento mágico, ni la fe ni la racionalización basada en las evidencias, privilegia el vínculo de conocimientos y razones. En ese sentido si cabe denominarla ciencia filosófica, pero es un concepto muy amplio de ciencia, pues en el sentido estricto es un pensamiento teórico, mientras la ciencia vincula pensamiento teórico y evidencia práctica experimental. No puedo citar ahora, pero recuerdo en mi lectura de los clásicos el uso del término pensamiento teórico para denominar el pensamiento filosófico en un sentido muy amplio.
      Hay otros conceptos de ciencia, históricamente hablando, que no servirían para identificar la filosofía, como es el caso de ciencias particulares, o cuando se define ciencia a través del método experimental que ideológicamente se suele denominar «método cientifico». Casi nunca se reconoce que es un constructo ideológico, pero lo es completamente. La idea de que exista un método de la ciencia es una idea completamente absurda desde el punto de vista científico. Las ciencias tienen muchos métodos, no por bondad, sino por su naturaleza de adecuar los conocimientos y su prueba a los objetos que delimita e investiga.
      Por todo eso, la filosofia espontanea de que hablaba Gramsci es una realidad, pero no hay ciencia espontánea sino aquella mezcla originaria de conocimiento positivo y pensamiento teórico y especulación que se encuentra en la filosofía de la naturaleza en los orígenes del filosofar.
      Gracias por tus aportaciones.

  2. Milvio Alexis Novoa Perez

    Felicidades Carlos, muy oportuna e interesante tu intervención.
    UN fuerte abrazo

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